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Cuento corto basado en un relato homónimo de ciencia-ficción de Robert Silverberg
Laura sonreía con tristeza mientras admiraba la hermosa puesta de sol sobre las eternamente nevadas cumbres del Kilimanjaro. Allí, en el corazón de África, esperaría en su noche sin sueños el reencuentro con John. Admirar sus ojos azules, sentir el calor de su abrazo, de su amable sonrisa siempre presta a escapar del calabozo de sus labios. ¡Dios, cómo había amado a ese hombre!.
Le ehaba de menos y se despertaba maldiciendo una y otra vez a la aurora que le robaba el vívido recuerdo del ser amado que sólo los sueños proporcionan. La vida: tanto para dar y otro tanto para quitar.
Cáncer de testículos y espermatozoides vacíos, muertos, decían los médicos. Imposible buscar el consuelo de un niño que le permitiese ver en sus ojos azules la inmensidad del mar, un niño que le sonriese como haría su padre. Imposible recordar a su amado viendo los cabellos de su hija mientras duerme en su cuna.
Y su vida se fue apagando entre viajes a hospitales, pruebas médicas y dolor. El dolor de la radioterapia que disipaba su energía, el dolor de la quimio que abrasaba sus entrañas, el dolor del futuro roto que quebraba sus ilusiones, su alegría.
Para cuando llegó el doctor Schultz sólo quedaba la desesperación del que ya se sabía plenamente derrotado. Una opción entre un infinito de negras posibilidades, una pequeña luz al final del universo mas lejano imaginable.
-Hagamos clones. - dijo el doctor- Conseguiré para usted un nuevo John mientras duerme en animación suspendida. Fabricaremos una vida a medida para el clon y cuando esté listo para conocerla, la despertaremos y volverá a enamorarlo.
La propuesta era inconcebiblemente arriesgada, tanto en sus posibilidades de éxito como en los problemas que implicaba. Y montruosamente cara: había que clonar a John, buscar vientres de alquiler, construir una casa, ¡no, un barrio!, igual al que había nacido; recrear su infancia con padres, profesores, amigos, tios....hasta los mas mínimos detalles. Ajustarse críticamente a sus vivencias mas importantes, calcar milimétricamente los detalles que marcaron su vida, su personalidad, su yo.
- Nos propone algo irrealizable- argumentaron con toda fuerza de la razón.
- Todo lo que el hombre es capaz de imaginar y que no sea científicamente imposible es, por definición, realizable- contraatacó el doctor Schultz.
Y así, con las cadenas del amor y la esperanza como únicos compañeros en sus mochilas, comenzaron el viaje de la mano de la locura.
John, con sus últimas fuerzas, le regaló diez clones, de los que dos habían resultado viables. Y ahora ella recorrería los últimos pasos que la separaban de la cámara donde dormiría durante veintinco años, esperando despertar a un amor por conquistar.