La enorme nave cilíndrica se encontraba en el momento crucial de su viaje de trescientos años a Novaterra, el nuevo nombre con el que la expedición había bautizado al planeta conocido en la vieja Tierra como Gliese-581 g.
Después de acelerar durante diez años-luz con el motor de energía nuclear de popa y frenar el resto del viaje con su gemelo motor de proa, la nave orbitaba en torno al nuevo planeta, esperando.
-Un año- pensó el capitán Homer Rodríguez- aquí parados, estudiando, analizando el mejor lugar para fundar una colonia, buscando vida en la superficie y -sobre todo, ejercitándose constantemente para recuperar la vitalidad perdida en un sueño de tres siglos, congelados en animación suspendida, esperando el momento de despertar.
Y ahora -¡por fín!- tocaba bajar a ese mundo enorme, con una gravedad no muy penosa (1,3 g para ser exactos), pero sin día ni noches. Un planeta que ya no giraba sobre si mismo, frenada su rotación por el poderoso influjo gravitatorio de la débil pero muy cercana estrella enana de Gliese-581.
Todavía recordaba las agrias discusiones sobre el mejor lugar para situar la colonia. Pero consiguió triunfar y Valle Termal resultó elegido. Un valle profundo, con un lago de agua líquida a 10 ºC en un mundo de agua helada, gracias a la fuente de energía geotérmica fruto de la enorme aglomeración de materiales radioactivos en el subsuelo, cerca de su manto.
-¿Cómo comparar esto con Glaciar, un inmenso cráter con agua helada en la zona de penumbra, pero a -10 ºC?- exclamó en voz alta.
- Pero no hay radioactividad- contestó la voz metálica del ordenador de a bordo.
Iba a contestar cuando sintió la vibración del primer lanzamiento que llevaría a los primeros colonos al nuevo hogar....
Cuento corto original de Manuel Centeno para continuar por los alumnos